viernes, 14 de noviembre de 2008

La lengua lagarto


Benito Escudero


Llovía ruidosamente en la ciudad. A medias dormido Bliston escuchaba el duro repiquetear de las gotas dando sobre el techo de hojalata de su habitación. La noche iba entrando ya de lleno; Bliston pensó que el agua estaría allí toda la noche. Mantuvo este pensamiento hasta caer profundamente en sueños. Se cubría con un grueso edredón con la figura de un oso polar parado sobre un enorme trozo de hielo. El fondo era negro y el oso rojo.

Por la mañana despertó con un leve mareo, así que dio varias vueltas en la cama hasta que apartó al oso con energía; al mismo tiempo se incorporó para sentarse en el borde de la cama. Fue entonces que al tragar saliva sintió bajo la lengua una diminuta pero perceptible costra. “¡Dios santo!”, dijo, “es la lengua lagarto”. Sobresaltado caminó hacia el espejo para examinarse. Fuera seguía lloviendo y ello le impedía escuchar cualquier otra cosa. Alzó la cabeza y empujó su lengua con el índice de derecho para encontrar la costra. Ahí estaba, una pequeña raspada morada. “Es el principio de la lengua lagarto”, pensó, y su corazón se comprimió haciéndole expulsar lágrimas leves y nítidas. Volvió a su cama intranquilo en busca del sueño reparador.

Bliston tenía un problema. La raspadura debajo de la lengua era el primer indicio de la lengua lagarto. En uno o dos meses dejaría de tener una hermosa y suave lengua rosada para adoptar la rasposa y oscura lengua lagarto. Después de fumar como lo venía haciendo, de unos meses para acá, la aparición de esta primera raspadura era lógica; él lo sabía pero aún así le había dado al tabaco con frecuencia; la mayoría de las veces sin que nadie le observase y ocultándolo, incluso, a Martha, el gran amor de su vida. A decir verdad, no tenía toda la culpa de su adicción, era nervioso y tan expuesto como estaba a tantas presiones laborales para obtener suficiente dinero y así poder casarse con su novia, su vulnerabilidad era mayor. De cualquier forma, lo cierto era que los lengua lagarto sólo se relacionaban amorosamente con los de su misma especie. Nada diferenciaba a los dos grupos excepto la lengua. Las manos, los ojos eran iguales entre ambos. Igualmente los lengua rosada se amaban y se casaban con los de su especie. Lo que provocaba la diferencia era el nivel de nicotina en la sangre; así que, los fumadores eran de la especie reptílica.

La mujer que Bliston amaba y que regresaría con el dentro de cinco semanas, después de concluir estudios en el extranjero, pertenecía a los lengua rosada. He aquí la explicación del problema de mi amigo.

En realidad yo no alcanzaba a comprenderlo, pues había hermosas chicas en los dos bandos. Yo soy un hombre práctico y me hubiera sido fácil olvidarme de una chica que cambiara la textura de su lengua. Supongo que la única razón fue, por supuesto, el amor. La amaba, yo podía percibir en ocasiones cómo sus ojos irradiaban luz cuando hablaba de ella; o al mirarle o al sonreírle haciéndole al tonto en el juego del amor. Legó a tolerar incluso que no conociera a Franz Kafka. -¿Puedes creerlo? –me dijo una vez- No puedo aceptar que no le conozca, hasta yo lo he visto en un promo de MTV. Correcto, contesté, porque compartía su azoro. Los encantos de Martha venían de su bondadosa personalidad y una timidez que la hacía ver como el ángel de la delicadeza; además poseía una rizada y rubia cabellera, era de figura larga y compactas piernas. Bella como una espiga de trigo.

Esa tarde, como siempre, llovía en la ciudad. Yo descansaba plácidamente repantigado en un sillón frente al televisor cuando Bliston telefoneó a mi departamento, ubicado en el lado oeste de la ciudad cerca del río que la atraviesa.

-Jan al aparato –contesté. No hubo respuesta. Esperé mientras el Maclaren de la Fórmula uno entraba vertiginoso a la zona de los pits.

-Soy yo, el sobreviviente del tiempo –sabía que era él.

-Acá hombre mirando el televisor – y seguí observando los autos.

-Cómo te van las cosas –su voz denotaba desgano.

-Digamos que las cosas van veloces sobre las ruedas.

-La he pescado Jan, esta mañana apareció la primera raspadura, me examiné al espejo; pude verla y puedo sentirla.

-¡Dios, cómo sucedió esto!

-No he dejado de fumar, he estado nervioso y… -Guardamos silencio. Era obvio que la llamada era de auxilio. No atinaba a decir nada, así que dije cualquier cosa.

-Lo resolveremos de alguna forma, no te preocupes; quiero decir, es de preocuparse pero algo encontraremos.

-Lo he pensado, quizás sí podamos hacer lago. Ya le di tantas vueltas al asunto y se me ocurre que lo conveniente es buscar la oficina del Reparador –dijo en tono calmado.

-Es verdad, detrás del gueto lagarto. Es una posibilidad. Creo que puedo conseguir una cita mediante el doctor Broski.

-Bien –respondió. Luego agregó- ¿Crees que podemos vernos mañana en la estación metro-centro?

-Correcto, estaré allí a las nueve de la noche.

-De acuerdo –contestó Bliston y colgó de golpe. Cuando percibí el timbrazo en el televisor el Mclaren embestía una de las curvas en primer lugar.

Todo lo que sabíamos acerca del Reparador provenía de rumores salidos del saber popular. Se le atribuían toda clase de logros por encima de la naturaleza y por encima de la legalidad: divorcios imposibles, trabajo para inmigrantes, juicios a favor de asesinos y lo más increíble; la víspera del año nuevo fue en aquel tiempo el quinto día de sol, siendo que solamente teníamos cuatro cada año y durante el verano. El noticioso argumentó una compensación climatológica pero toda la gente lo atribuyó al Reparador. No era fácil tener un encuentro con él, pero el doctor Broski utilizando sus relaciones en el mercado negro donde se conseguían órganos del cuerpo humano logró arreglar nuestra cita. Ahora lo difícil constituía llegar a su oficina. Teníamos la dirección, Desembarcadero 716, y una única referencia: detrás del gueto lagarto. Nunca habíamos pisado ese rumbo.

Al día siguiente de mi conferencia telefónica con Bliston tomamos el subterráneo cercanos a las diez de la noche. Bajamos en la última estación del metro del extremo sur. Los pasajeros dejaron deprisa los vagones arropados en gabardinas y abrigos todos impermeables al agua, alta tecnología textil de la ciudad. Los dejamos adelantar y cansinamente atravesamos el pasillo que desembocaba en la escalinata eléctrica. A medida que ascendimos vimos emerger sobre la horizontal en donde terminaba la escalinata una enorme mole de edificios grises, velada nuestra visión por la copiosa lluvia; la imagen del gueto lagarto cercado por una valla metálica que nos rebasaba en su altura por mucho. Fue extraño imaginar a todos sus habitantes moviendo sus lenguas: comiendo, hablando, fumando entre las espirales de humo que se desenrollaban en el húmedo ambiente de los departamentos.

Avanzamos sobre el costado izquierdo de la valla. No pudimos ver ni una sola alma. Necesitábamos algún informante para orientarnos. Después de caminar durante un rato, abrigados en nuestras gabardinas, la muralla de barrotes terminó. Doblamos a la derecha para seguir junto a la gran muralla. Avanzamos un poco más sin decir palabra.

-Y ahora hacia dónde –pregunté a mi compañero.

-Crucemos la calle para alcanzar aquella luz y ya veremos –respondió Bliston adelantándose en rápida marcha. Creo que ya había visto una silueta más allá de u farol. La seguimos a los largo de varias calles sin animarnos a preguntar; vestía un impermeable rojo y protegía su cabeza con un negro sombrero borsalino. Bliston la llamó.

-Disculpe, podría informarnos, estamos buscando una… -Antes de terminar la oración aquella persona volvió el rostro. Era una joven, negros mechones flaqueaban su rostro y sus ojos azules nos traspasaron como los ojos de un gato.

-Quiere usted decir que están perdidos –dijo con dulce voz frente a Bliston.

-Así es, buscamos al señor Reparador, es decir, buscamos la calle Desembarcadero –contestó mi amigo mientras la joven pasaba la mano por la punta de su nariz en donde una gruesa gota de lluvia se había suspendido.

-Sigan derecho, encontrarán un letrero neón en un edificio que sobresale por encima de los demás, den vuelta a la derecha y encontrarán el 716 – dijo y prosiguió su camino.

Una fila esperaba a todo lo largo de la escalera que conducía a la oficina del Reparador. De dónde diablos había salido toda esa gente fue siempre un verdadero misterio. Afuera ni un solo automóvil estacionado, solamente la lluvia y una espesa neblina que ya empezaba a descender. Esperamos un par de horas en la entrada del edificio sin que la fila avanzara ni un escalón. Delante de nosotros dos hombres del tipo obrero empezaron a fumar y más arriba algunos otros también encendieron sus cigarrillos. Bliston frotábase la barbilla diciendo: “esto no está pasando, esto no está pasando”. Al cabo de un largo rato empezó a subir para averiguar qué pasaba con el paso de la fila. Dos hombres le cerraron el ascenso, lo empujaron obligándolo a bajar un par de escalones. Bliston opuso resistencia, los insultó desaforadamente. Yo estaba detrás suyo tratando de apaciguar los ánimos. Después de insistirle en que nos largáramos, el jaleo se armó. Una masa de rostros y manos nos envolvieron como a dos criminales antes de ser linchados. Algunos rostros gritaban: “no hay cura para la lengua lagarto, no hay cura” De súbito un objeto dio con fuerza en la frente de Bliston quien se desplomó de inmediato, ebrio de frenesí, escaleras abajo. Bajé en su ayuda y lo saqué del lugar.

Lo que aconteció después de la reyerta me pareció muy extraño. La joven del impermeable rojo emergió de la espesa neblina y me ofreció ayuda. Estaba completamente empapado, arrodillado en la banqueta con la inconsciente y sangrante cabeza de Bliston sobre mi regazo. Un frío brutal me calaba los huesos. “Llevémosle a mi casa”, ordenó la chica y creo que pudo ver el pánico en mis ojos. “Todo estará bien”, dijo y acarició una de mis mejillas. Al día siguiente me marché de su casa para cumplir con mis deberes laborales. Durante las semanas siguientes, Sofía –supe su nombre con el paso de los días- cuidó de mi amigo prodigándole atenciones con especial ternura. La visitaba frecuentemente para enterarme del progreso de Bliston que, entre fiebres y delirios abría los ojos para examinar el contorno, más tarde desfallecía después de balbucear algunas palabras. En ocasiones pude ver como ella cambiaba los vendajes o tomaba la temperatura del convaleciente. Le llegué a preguntar porqué lo hacía, pero ella daba evasivas o simplemente no me contestaba. Decidí entonces seguirla, después de aguardar afuera de su casa. No me sorprendí cuando vi que entró en el edificio frente al cual nos auxilió aquella fatídica noche. Conecté este descubrimiento con la desaparición del dinero que llevaba en mi gabardina esa misma noche. ¿Sería posible que todo haya sido manipulado por el Reparador? ¿De dónde salió toda esa gente y porqué gritaban no hay cura para la lengua lagarto? ¿Porqué la encontramos a ella en el camino, una empleada del señor Reparador? Hubo otra cosa: ella era una lengua lagarto.

Después de que mi amigo Bliston se recuperó lo vi en el aeropuerto a través de la pared de cristal. Esperaba la llegada del vuelo de Martha. Pude ver la cicatriz de su frente, yacía abatido y sentimental sentado en la sala de espera y dándole a un cigarrillo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Voila, el regreso extraordinaire de la vieja guardia... y además en un dos por uno(Luismi y Benoit)! Nada mal, nada mal, ya era hora de actualizar a la Luna Naufragante. Felicitaciones! Muahahaha

Anónimo dijo...

La vieja guardia? Un pequeño ataque pseudo sarcástico con lo de Luna Naufragante? Algún fan de Benito? Alguna fan (ex) de Benito? Benito mismo? La vieja guardia quiere decir que la nueva son los más jóvenes? Hay diferencia? No entiendo el comentario. Y qué cagante es que pongan "Anónimos" en verdad.