Luis Miguel Cruz
De navegaciones
Dormido
ciego sordo y muro
ojo adentro de mi ojo
poza adentro de mi poza
nada una mujer desconocida,
verde que no dura Nilo
del que bebo origen cada noche.
Árboles corren en mi frente sus grabados
la mano sueña que escribe
extiende al buró una joya
envuelta en papel mojado,
y vuelvo al agua en amada tutela conducido
bajo un aire favorable.
De El sol del horizonte oriental
Agenda 2007
Escribir:
Tatuar en el hueso a la belleza
da a la carne confianza necesaria:
reposarán los huesos en la naturaleza más benigna.
Cantar dos odas:
la que cifra el laberinto humano,
y el gesto devuelto al final del baile.
Entrar al corazón del bosque ya sin miedo a las aristas
y evaporar el cuerpo suavemente,
que el corazón menos sanguíneo
se desvanezca en un paraje de los bosques.
De El sol del horizonte oriental
como llegar al fin del mundo cuando la tierra era plana
o como llegar a París después de haberlo soñado veinte años.
La tumba, es la cumbre más alta de los huesos
desprender la última miel en el rumor del aire.
Morir será, el arte de salir dejando el equipaje
el arte de despedirse de todos y de todo
cambiar la cama en un diálogo con ángeles,
ser piloto de un avión de invisible locutorio.
Será, como besar la piel del tigre por primera vez,
morirse debe ser,
adiós imposible adiós
oler la flor con el pétalo del ojo,
morirse, eso, el exterminio total,
debe ser una memoria papel china
donde corran todos los recuerdos
antes que se los lleve la ventisca.
Pero la muerte, no es eso nada más.
De Tres recuerdos de mi muerte
El estado más puro de nuestra vida
es el adiós.
Peter Dubai, “Campanas apagadas”
Cuando muera, los árboles se moverán de sitio
para ir al lugar donde está la memoria,
el cielo devolverá el azul que nos robó en la infancia
blandiendo el corazón como una llama ardiente,
los héroes que fui habrán gozado de su fuego,
los mártires también, serán recompensados,
el mal hijo será hallado bueno,
agua y nubes se moverán desde lo alto hacia lo bajo
sin saber del cielo o el infierno.
De Tres recuerdos de mi muerte
Todavía busco tu rostro entre los rostros
aún cuando cayó la aurora de la carne
y estamos más cerca de los huesos
en el viento fresco del otoño.
Todavía busco rescatarte
como a una semilla que yace lejos
sembrada en otro viento
y nadando a contraparte.
Todavía me dan ganas de perseguir
tu huida, como a las niñas en primaria
y sacudirte por los hombros
hasta que de tus ojos en blanco
broten los tesoros, los augurios,
los más sencillos fetiches de la infancia.
Todavía me dan ganas de enfrentar tu blanca estatua
con mi pecho, en silencio desbocado,
y amenazarte de ruptura con mi voz de terremoto.
Me dan ganas de decir: en dónde estás
salte de esa vieja figura de mujer,
te buscaré entre las que eres
en un trajín de ropa y rostros fríos.
En algún sitio debes estar
sentida de amor.
De Cartas a la extraña
porque es cierto que el olor de la gardenia
aquella tarde que tu cuerpo se incendiaba
hubiera bastado para creer en el camino
hacia las moradas dulces
a las que nos conducía el crepúsculo.
En mis ojos iba el emperador de los amores.
Besos/ de pies hermosos/ saben a duraznos
que duermen, a un estomago enamorado,
a una boca que no se ha de olvidar. Extráñame así,
aunque pasen los años con fieles bisturís
cortando adentro, aunque las playas sean
inmensas explosiones de humedad y azoro,
y en los caminos de regreso
me invada la sensación de que una trama continúa,
inacabada, reencarnada, siempre viva,
como cuando era lo mismo aún no conocerte.
Ya te esperaba entonces, ya eras la misma,
ya eres la misma.
II
Pero tal vez la historia no es así
yo te traía del brazo, es cierto,
te traía danzando en medio de la promesa
tus ojos me miraban engrandecidos,
yo era férreo y mi sangre era salvaje,
mas lo ocultaba,
mis potros venían desde Gengis Khan para correr llanuras,
y hoy, que traía a la princesa,
lucían sus mejores trucos
su pelaje más radiante.
Pero el tiempo nos iba dividiendo
y tú ibas afirmándote un poco más arriba
con tu amor que ya era un río
descendiendo suavemente hacia mí,
y yo me oscurecía por estos caballos indomables
que en mis párpados fermentaban la sentencia de un regreso.
Cuántos amantes/ más tarde de mí mismo/ no odiaron
dejarte en aquel aire,
por unas noches
de revivir un trote
que tal vez nunca existió.
De Cartas a la extraña
I
Ese día sobre la piedra
piedra eran tus ojos
piedra era el momento detenido
en el que también los pájaros
eran parientes lejanos de la piedra
dos cuerpos frágiles sobre la piedra
en un momento que guardo duro como piedra
piedra el umbral que penetramos
para habitar la piedra del agua
la piedra de aire
sobre la piedra
del agua que corre
para que nos recostáramos en la piedra piedra
para que la piedra de tus ojos
penetrara un tiempo que acaso sería piedra
si no se extendiera duro y ancho
como el aire
II
Y yo que te prometí un te amo de piedra claro hondo y duradero
a la fecha lo cumplo como arena dispersa, dispersa en la noche,
como reloj de arena que tu cuerpo ya tañido me reclama.
Ahora tus muslos entran en mí
con la dureza de aquella promesa
tallándome insistiéndome a habitar en ella
y no me da tiempo de decir
oh cuán luna hay en tu piel caliente
así que esta era la trampa que encerrabas durante el día
bajo los vestidos floreados y silencio impertérrito,
luna caliente de lago oscuro y subterráneo
clavándome en la noche inolvidable
con más fuerzas o iguales
de las que mi promesa pudo suponer
De Nuevos poemas
Así tus talones
herederos celestes
colgando arriba de la cama
son pétalos del miedo
aun para este olfato
venido de las sombras
De Nuevos poemas
Día de lluvia
Escucho los relámpagos
como derrumbes de un gigante
en el cementerio solo
el roce de alguien leyendo en sombras.
Escucho todo lo mínimo arrastrándose
los rumores subterráneos de mi cuerpo
las cortinas inflamadas
los perros ladrando en el barrio del templo desolado
el aserrín cayendo en el taller del carpintero.
Escucho cada ruido ínfimo, solitario, sigiloso,
y me pregunto,
cómo se logró hacer de todo esto
una guitarra.
De Nuevos poemas
Imán
No me atrevo a renunciar al lenguaje cotidiano,
a amurallarme con palabras
que sellen con distancias la torre de mis ojos
No me atrevo a dejar de intentar tender un lazo
un fino camino para invitar al visitante,
una voz dicha por un cuerno solitario
apuntando al oído ciego de dios
o a la espuma de mujer en fuga
tras la avalancha de ciudades,
como si pudiera colocar una sentencia
que señale el sueño de los prófugos.
Así, minuto a minuto labro conjuros,
lanzo al aire amenazas que disperso,
seguro, orgulloso, magneto,
recorro mi terreno
seguro de que a alguien faltará mi corazón.
Magneto de mi calle solitaria.
De Nuevos poemas
Un regreso
Ahora sí Héctor ahora que descansaste de tu mujer
que has ganado aplomo
y vienes juvenil, aunque también has muerto,
irás a buscar a la mujer que te abandonó
en plena enfermedad
y le declararás tu amor
con total seguridad
De Nuevos poemas
Mi madre en viaje
Nos besamos con luz extinta, amor,
ya que los cuervos nos sacaron los ojos.
Sentado entre luciérnagas escucho el río,
el río de Heráclito más nítido que nunca,
y mi madre yace entre velas
grandes velas como estatuas,
hemos detenido un instante a
que partirá con este río.
Azules y lejanas, parecen decir: ¡vida acá! ¡vida acá también!
El frío en la carne es dulce
como los párpados de la muerte
Mi padre dormirá en el suelo por primera vez
viudo
dormirá a mi lado como un perro
Besarnos ahora es tan difícil, amor,
cuando la vida es tan corta y potente.
El beso será ayuno del deseoso,
la amante, lo palpitante y casi muerto
¡Que todos muestren su alma
o se confiesen animales desamparados!
Toda la mañana latieron las campanas
y por primera vez toqué el cielo con mis manos
De El sol del horizonte oriental
Mi madre atrás del agua
Si se pudiera desear el Paraíso a alguien
mi madre en su visita
sería Una,
no la que sufrió.
Si pudiera recoger dos sílabas de lejanía
como dos cuentas caídas
de una luminosidad arriba,
una moneda aseguraría el viaje.
El agua refleja el cielo mudo,
el cielo la ambigüedad del agua.
Cuánta lluvia caerá, cuántos años,
mojando el cuero, lavando los ojos,
cuánta lluvia llevaré como carga al final desembarcadero,
para saber que el mundo hizo bien
y que la madre yace segura
y a salvo.
De Nuevos poemas
Nos lastimamos con los bordes
en un ocaso
que no imaginamos en la infancia.
No hay música fuera del Edèn,
aunque yo sea una nota y tú otra,
nos toca hacer en soledad la música
para esta tierra despoblada
De Cartas a la extraña
Después de ti
velé dos carbones de santuario
hasta que el anfitrión de la noche perdió tus ojos
entre tanto diamante en bruto.
Ya no hay flamas detrás de tus párpados, lo sé,
te ha sorprendido la vida con las venas intactas y cuidadas
con tus libretas libres de polvo en la habitación fresca,
y es triste que un día te imantará ese suéter
donde el amor es un perfume imposible de lavar,
y sacarás la ropa con cuidado, una por una de su cesto en la azotea
y una a una las pinzas se te enredarán entre las sábanas
bajo un cielo que es tu casa insistes, que es tu padre,
cortarás luego en tu sala una manzana con esmero.
Un día tu prisa morirá bajo la lluvia
como un camino que detiene su marcha,
y tu garganta cantará en la madrugada
lo que la almohada reza sin tregua en el oído
todo el día será canto
el ave que sobrevuela la ciudad pintará un gris
como dos aguas que de pronto se mezclan en alta
trémula y callada plata.
De Cartas a la extraña