domingo, 11 de noviembre de 2007

Con dedicatoria a Ramón

La presente selección de poemas rescata tenores de otros poetas que se han sentido conmovidos —para bien o para mal— por la intrepidez de Ramón, ya en su poesía, ya en su conversación tornadiza. Diversas voces y varias generaciones: el orden cronológico destaca la presencia de Ramón en el colectivo de los poetas contemporáneos, desde Jorge Brash hasta José Homero, y de Darío Carrillo a Fernanda Toribio, sólo para rendir afecto y respeto al Mejor tercera base de la Edad Media. Existen más escritores que le ha dedicado poemas, cuentos, ensayos y hasta canciones; sin embargo, sólo hemos podido agrupar a algunos de ellos. Escueta pero eficaz, esta muestra nos brinda una idea de la importancia de Ramón Rodríguez en la literatura.

Cada poema se ha presentado con una dedicatoria a Ramón en otras publicaciones. Otros, son publicados por vez primera.


Jorge Brash


(1949)


Hoy saludo a Ramón

después de cuánto tiempo

macerado en café

a intervalos de pasmo enhebrados en crenchas

sutilísimas del humo de cuántos cigarrillos

—tú lo has dicho, uno solo por día,

hasta el año 10095—

desayuno de waffles con fruta y miel de abeja

comida rica en fibra y escasa en proteínas

lipotimia a la larga

que sorprende y admira a los propios jinicuiles

ah, si al menos hubiera

un árbol bien copudo de sombra acogedora

mas sub tegmine fagi sólo encuentras ahora

algún perro metafísico

un montón de basura

pues los gatos

de haberlos

andarán

por las ramas

cual sólo ellos

y el péndulo

invertido en su cola

se permiten

hacerlo




José Luis Rivas


(1950)


Un puerto así


Rompe el roción sibilante en la escollera.

Zumban blancas abejas en cráneos de coral…

Huérfana —como tú— de nombre,

hiervo en espumas confundida

con rizos de ajomates.

Zarcillo de Managua, disuelta en mi elemento,

¿qué recuerdo?

Nubes de paso —acotaciones truncas

en mi cuaderno de bitácora, batido por el viento

de mi propio arrebato.

La mar brava da cuenta de mi fiebre.

Yo también, a mi modo,

embridé rudos corceles.

(No digo sus señales; no es por recato,

no va con la historia que ahora ensayo.)

La hembra era quien sembraba.

Los hombres lo regían, con sapiencia.

Evitaban rozarse con las plantas.

Eso era antaño; luego la costumbre se invirtió.

(“Cuida que Julia no entre al chilero

si está menstruando…”)

Nubes, nubes servidas en barquillos

de rugosa galleta, y peonzas que bailan

tragadas en rompientes de irisados cúmulos.

(Las conchas de marisco crujen al ser pisadas…)

Sube al cielo un tachón de humareda aldeana:

Tentáculos de nube lo fagocitan.

La memoria deshace

en oloroso oleaje de esteros su sudario.

Mi infancia, largo tiempo presa en ámbar,

arde en el mismo incensario

y es, a su modo, un esparcido rezo…




José Homero


(1965)


La noche en minifalda ahoga a los transeúntes


en las calles de incierta geografía

dos piernas como torres paralelas

de aceite ungidas, por la luz roídas,

el cielo nublan, la

noche moldean,

altas, mórbidas, columnas marmóreas

que soportan cúpulas, entreabren grietas;

sinuosos caminos que la fronda oculta

de la luna y su succión de ónice.

Qué cauces, qué arabescos, qué formas de serpiente,

lenguas, ardientes cicatrices, plumas,

escamas y aun escaras toma el aire

cuando su látigo restalla contra

la oscura, brillante vestimenta

y al duro son de cláxones, improperios, oraciones, llantos,

las nalgas van en ondas internándose

con mi sombra y mil sombras más prendidas

a sus frutos de flor

monstruosa, infame:

sus pies descienden al abismo,

mis pasos alimentan al océano




Darío Carrillo


(1973)


Día sin escribir


Reconoce el silencio

el papel en blanco del paquete inmóvil;

cuando duerme en la esfera el agua de los peces

y la lluvia clava en charcos: naranjas.


La oscuridad no escucha,

en el esfuerzo por guardar silencio,

más burbujas que sabor a blues y manzanilla.




Luis Miguel Cruz


(1978)


El estado más puro de nuestra vida

es el adiós.

Péter Dubai, “Campanas apagadas

Cuando muera algunos árboles se moverán de sitio

para ir al lugar donde está la memoria

el cielo devolverá el azul que nos robó en la infancia

blandiendo el corazón como una llama ardiente.

Los héroes que fui habrán gozado de su fuego

los mártires también, serán recompensados,

el mal hijo, será hallado bueno,

agua y nubes se moverán desde lo alto hacia lo bajo

sin saber del cielo o el infierno.




Ramsés Ramírez Azcoitia


(1982)


Loros! Dolorosos loros

ángeles de terrible color

Loros, dolorosos loros


Oro nebuloso

del sueño alto

en las montañas en el coro,

sordos mis queridos ojos

veían a la bestia muda acrecentarse.

Podemos hablar de que para estos tiempos donde la vorágine con más de un millón de hombres se abre a la posibilidad de uno solo, harán falta elecciones heroicas, empresas sin temor al retorno, dejando atrás una caída incesante de relámpagos,

aceptando el lugar inestimable de la Concepción.

Y es que Conchita

empapada estás en mis labios sin pudor,

de nada sirve encomendarte

en santa oración

si entregada estás a la vela

con candor.

Una pequeña estimación al estilo del maestro, si no es que suena a burla, ya que son imposibles los espejos literarios en la migraña del hombre moderno, pero espero refleje toda la admiración que puede despertar en mí un hombre sin imperio.

La victoria nunca es para todos,

son palabras que se le adjudican al rival,

la locura con sus huesos.


Por eso en una sorda borrachera que Homero le propinó

identificó su cadáver caído en la noche,

elegido como héroe, con los llanos a cuestas,

desprotegido de toda lucha contra su destino.

Es la ayuda de esa tal que yo necesito

para llegar a viejo

y entregarle cartas a toda joven que yo dejo.




Marco Antúnez


(1984)


deste métrico llanto

Soledades, ii, Luis de Góngora

I

Le dicen hombre porque sabe del viento, porque

su materia está compuesta de sangre de vidrio

y suyo es el tiempo y la cumbre de las colinas,

porque dicen horizonte sus ojos y guarda

silencio suspirando, agacha la cabeza

poblado de luces y cesante ya su cuerpo

emprende la ficción de la vida rumbo al cielo;

con cayado y crepúsculo en mano habita un siglo,

y un dios cansado que brota raudo por los poros

anuncia la última embestida contra la muerte,

la demanda siempre anhelante del beso dulce

que cierre un ciclo de soledad, porque hoy comienza

la misión del mortal, el rito de las estrellas:

partir buscando al amor, su viejo camarada.


II

Si el amor acaba, creceremos por las alas,

libertades de dolor levantarán veleros

y besarán vesania a su paso por las venas

misterios y dioses confinados al exilio;

tal vez las catacumbas despierten primaveras

o su cesante señorío hable con ámbar,

las luces vendrán a lo largo de la alambrada

y la caverna será sepulcro del estero;

por cada roca bautizamos el alba y su sangre

de cierto escribimos porque morirán las cosas,

nuestro cuerpo, y el beso que llamamos palabra;

pero a veces caemos con el nombre en la boca,

nos arrodillamos, oramos en la caverna,

y el rostro del fuego nos devuelve la mirada.




Alejandro Albarrán Polanco


(1985)


De blancas nieves


Al servicio están mis labios de sus labios,

mis tristes manos de prematuro anciano

a la corteza furibunda de sus nieves,

mis verdes alas, mis heridas, mis consuelos.

Pero al ser vicio sus labios de mis labios,

sólo quedan mis manos por entrega,

mis múltiples heridas que no sanan,

y estas alas marchitas que no vuelan.

Que sean pues sus nieves el consuelo,

o el sepulcro mineral de mis pasiones.


Para saber los dos entonces

que todo esto ha sido nada

y que sólo

al servicio está el ser vicio

el uno del otro y del otro el uno: el único.


Con dedicatoria a Ramón


La pluma en mi mano: estridente

La pluma en tu mano es

tridente




Fernanda Toribio


(1987)


* * *

Un día el hombre es despojado de la calma.

Como en las frutas y las hojas caídas dejan huella los gusanos, así, en el hombre deja huella toda el agua de los tiempos.

Agua que se va, dejando para el hombre la muestra inocultable de sus cauces vacíos.

Mil ríos de lo amado, perdido, apremiado. Mil ríos de deseo, resignación y días. Un solo río voraz, pasajero, como llanto sin ser mal, cargado de salitre le fluye sobre la piel.

Le corre apresuradamente sobre la piel; devorándolo.

El hombre ya no es un hombre, es un laberinto.

Su secreto son las flores vergonzosas de lo amado

que partió.

Anhelantes pétalos que palpitan en el fango de sus inescrutables pasadizos, luchando por salir.

Pero la boca del hombre comienza a oler a lo más muerto.

Avergonzado, se hace torpe; es un circo su palabra.

Pero a veces ríe; y cuando ríe, incluso es bufón para su risa.

Es entonces cuando la amargura asoma el ojo por el ojo de la puerta.

El hombre, ya no es un hombre; es un minotauro.

* * *

Siempre nuestro será el labio.

Y si han las espinas de darnos roja paz en cielo eterno

entonces que mi corona no sea más de espinas sino de flores.

Que no andaremos ya más solos

y errabundos.

Orgullosas bestias norte a norte

resignadas a la jaula.

Libre sueño; créelo tú.

Que es negra la soledad

sí, que es negra y casi móvil

que la casa es lugar nombrado por lo solo

y que sin imitarte, noche

creada está de tus cenizas.

Conocerás el yelmo cuando no la nobleza

si previenes dolor en lo más bello

tú, que fuiste venablo de la flor

yaces ahora; herida primigesta de la peste.

No andes más, el amor es otra cosa.

El pétalo que engaña al colibrí

pared con pared sobre muralla, no es eso, es otra cosa

fauces de dragón es el aliento de la ira

y quien confunde los estigmas del amor

con los estigmas de la rosa

verá con su corona hecha fuego su cabeza.

Que no andaremos ya más solos

y errabundos

que la soledad es fauce de apremio silencioso

y tiene nombre.

Y que allá lejos,

sin perturbar el horizonte

muere alguien más lejos que tú.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Todos queremos a Ramón. Y muchos hemos tenido la fortuna de aprender de él. Vaya un abrazo. Me dio gusto encontrar aquí el poema que le dediqué al maestro Rodríguez.
Darío Carrillo