La presente selección de poemas rescata tenores de otros poetas que se han sentido conmovidos —para bien o para mal— por la intrepidez de Ramón, ya en su poesía, ya en su conversación tornadiza. Diversas voces y varias generaciones: el orden cronológico destaca la presencia de Ramón en el colectivo de los poetas contemporáneos, desde Jorge Brash hasta José Homero, y de Darío Carrillo a Fernanda Toribio, sólo para rendir afecto y respeto al Mejor tercera base de
Cada poema se ha presentado con una dedicatoria a Ramón en otras publicaciones. Otros, son publicados por vez primera.
Jorge Brash
(1949)
Hoy saludo a Ramón
después de cuánto tiempo
macerado en café
a intervalos de pasmo enhebrados en crenchas
sutilísimas del humo de cuántos cigarrillos
—tú lo has dicho, uno solo por día,
hasta el año 10095—
desayuno de waffles con fruta y miel de abeja
comida rica en fibra y escasa en proteínas
lipotimia a la larga
que sorprende y admira a los propios jinicuiles
ah, si al menos hubiera
un árbol bien copudo de sombra acogedora
mas sub tegmine fagi sólo encuentras ahora
algún perro metafísico
un montón de basura
pues los gatos
de haberlos
andarán
por las ramas
cual sólo ellos
y el péndulo
invertido en su cola
se permiten
hacerlo
José Luis Rivas
(1950)
Un puerto así
Rompe el roción sibilante en la escollera.
Zumban blancas abejas en cráneos de coral…
Huérfana —como tú— de nombre,
hiervo en espumas confundida
con rizos de ajomates.
Zarcillo de Managua, disuelta en mi elemento,
¿qué recuerdo?
Nubes de paso —acotaciones truncas
en mi cuaderno de bitácora, batido por el viento
de mi propio arrebato.
La mar brava da cuenta de mi fiebre.
Yo también, a mi modo,
embridé rudos corceles.
(No digo sus señales; no es por recato,
no va con la historia que ahora ensayo.)
La hembra era quien sembraba.
Los hombres lo regían, con sapiencia.
Evitaban rozarse con las plantas.
Eso era antaño; luego la costumbre se invirtió.
(“Cuida que Julia no entre al chilero
si está menstruando…”)
Nubes, nubes servidas en barquillos
de rugosa galleta, y peonzas que bailan
tragadas en rompientes de irisados cúmulos.
(Las conchas de marisco crujen al ser pisadas…)
Sube al cielo un tachón de humareda aldeana:
Tentáculos de nube lo fagocitan.
La memoria deshace
en oloroso oleaje de esteros su sudario.
Mi infancia, largo tiempo presa en ámbar,
arde en el mismo incensario
y es, a su modo, un esparcido rezo…
José Homero
(1965)
La noche en minifalda ahoga a los transeúntes
en las calles de incierta geografía
dos piernas como torres paralelas
de aceite ungidas, por la luz roídas,
el cielo nublan, la
noche moldean,
altas, mórbidas, columnas marmóreas
que soportan cúpulas, entreabren grietas;
sinuosos caminos que la fronda oculta
de la luna y su succión de ónice.
Qué cauces, qué arabescos, qué formas de serpiente,
lenguas, ardientes cicatrices, plumas,
escamas y aun escaras toma el aire
cuando su látigo restalla contra
la oscura, brillante vestimenta
y al duro son de cláxones, improperios, oraciones, llantos,
las nalgas van en ondas internándose
con mi sombra y mil sombras más prendidas
a sus frutos de flor
monstruosa, infame:
sus pies descienden al abismo,
mis pasos alimentan al océano
Darío Carrillo
(1973)
Día sin escribir
Reconoce el silencio
el papel en blanco del paquete inmóvil;
cuando duerme en la esfera el agua de los peces
y la lluvia clava en charcos: naranjas.
La oscuridad no escucha,
en el esfuerzo por guardar silencio,
más burbujas que sabor a blues y manzanilla.
Luis Miguel Cruz
(1978)
El estado más puro de nuestra vida
es el adiós.
Péter Dubai, “Campanas apagadas”
Cuando muera algunos árboles se moverán de sitio
para ir al lugar donde está la memoria
el cielo devolverá el azul que nos robó en la infancia
blandiendo el corazón como una llama ardiente.
Los héroes que fui habrán gozado de su fuego
los mártires también, serán recompensados,
el mal hijo, será hallado bueno,
agua y nubes se moverán desde lo alto hacia lo bajo
sin saber del cielo o el infierno.
Ramsés Ramírez Azcoitia
(1982)
Loros! Dolorosos loros
ángeles de terrible color
Loros, dolorosos loros
Oro nebuloso
del sueño alto
en las montañas en el coro,
sordos mis queridos ojos
veían a la bestia muda acrecentarse.
Podemos hablar de que para estos tiempos donde la vorágine con más de un millón de hombres se abre a la posibilidad de uno solo, harán falta elecciones heroicas, empresas sin temor al retorno, dejando atrás una caída incesante de relámpagos,
aceptando el lugar inestimable de
Y es que Conchita
empapada estás en mis labios sin pudor,
de nada sirve encomendarte
en santa oración
si entregada estás a la vela
con candor.
Una pequeña estimación al estilo del maestro, si no es que suena a burla, ya que son imposibles los espejos literarios en la migraña del hombre moderno, pero espero refleje toda la admiración que puede despertar en mí un hombre sin imperio.
La victoria nunca es para todos,
son palabras que se le adjudican al rival,
la locura con sus huesos.
Por eso en una sorda borrachera que Homero le propinó
identificó su cadáver caído en la noche,
elegido como héroe, con los llanos a cuestas,
desprotegido de toda lucha contra su destino.
Es la ayuda de esa tal que yo necesito
para llegar a viejo
y entregarle cartas a toda joven que yo dejo.
Marco Antúnez
(1984)
deste métrico llanto
Soledades, ii, Luis de Góngora
I
Le dicen hombre porque sabe del viento, porque
su materia está compuesta de sangre de vidrio
y suyo es el tiempo y la cumbre de las colinas,
porque dicen horizonte sus ojos y guarda
silencio suspirando, agacha la cabeza
poblado de luces y cesante ya su cuerpo
emprende la ficción de la vida rumbo al cielo;
con cayado y crepúsculo en mano habita un siglo,
y un dios cansado que brota raudo por los poros
anuncia la última embestida contra la muerte,
la demanda siempre anhelante del beso dulce
que cierre un ciclo de soledad, porque hoy comienza
la misión del mortal, el rito de las estrellas:
partir buscando al amor, su viejo camarada.
II
Si el amor acaba, creceremos por las alas,
libertades de dolor levantarán veleros
y besarán vesania a su paso por las venas
misterios y dioses confinados al exilio;
tal vez las catacumbas despierten primaveras
o su cesante señorío hable con ámbar,
las luces vendrán a lo largo de la alambrada
y la caverna será sepulcro del estero;
por cada roca bautizamos el alba y su sangre
de cierto escribimos porque morirán las cosas,
nuestro cuerpo, y el beso que llamamos palabra;
pero a veces caemos con el nombre en la boca,
nos arrodillamos, oramos en la caverna,
y el rostro del fuego nos devuelve la mirada.
Alejandro Albarrán Polanco
(1985)
De blancas nieves
Al servicio están mis labios de sus labios,
mis tristes manos de prematuro anciano
a la corteza furibunda de sus nieves,
mis verdes alas, mis heridas, mis consuelos.
Pero al ser vicio sus labios de mis labios,
sólo quedan mis manos por entrega,
mis múltiples heridas que no sanan,
y estas alas marchitas que no vuelan.
Que sean pues sus nieves el consuelo,
o el sepulcro mineral de mis pasiones.
Para saber los dos entonces
que todo esto ha sido nada
y que sólo
al servicio está el ser vicio
el uno del otro y del otro el uno: el único.
Con dedicatoria a Ramón
La pluma en mi mano: estridente
La pluma en tu mano es
Fernanda Toribio
(1987)
* * *
Un día el hombre es despojado de la calma.
Como en las frutas y las hojas caídas dejan huella los gusanos, así, en el hombre deja huella toda el agua de los tiempos.
Agua que se va, dejando para el hombre la muestra inocultable de sus cauces vacíos.
Mil ríos de lo amado, perdido, apremiado. Mil ríos de deseo, resignación y días. Un solo río voraz, pasajero, como llanto sin ser mal, cargado de salitre le fluye sobre la piel.
Le corre apresuradamente sobre la piel; devorándolo.
El hombre ya no es un hombre, es un laberinto.
Su secreto son las flores vergonzosas de lo amado
que partió.
Anhelantes pétalos que palpitan en el fango de sus inescrutables pasadizos, luchando por salir.
Pero la boca del hombre comienza a oler a lo más muerto.
Avergonzado, se hace torpe; es un circo su palabra.
Pero a veces ríe; y cuando ríe, incluso es bufón para su risa.
Es entonces cuando la amargura asoma el ojo por el ojo de la puerta.
El hombre, ya no es un hombre; es un minotauro.
* * *
Siempre nuestro será el labio.
Y si han las espinas de darnos roja paz en cielo eterno
entonces que mi corona no sea más de espinas sino de flores.
Que no andaremos ya más solos
y errabundos.
Orgullosas bestias norte a norte
resignadas a la jaula.
Libre sueño; créelo tú.
Que es negra la soledad
sí, que es negra y casi móvil
que la casa es lugar nombrado por lo solo
y que sin imitarte, noche
creada está de tus cenizas.
Conocerás el yelmo cuando no la nobleza
si previenes dolor en lo más bello
tú, que fuiste venablo de la flor
yaces ahora; herida primigesta de la peste.
No andes más, el amor es otra cosa.
El pétalo que engaña al colibrí
pared con pared sobre muralla, no es eso, es otra cosa
fauces de dragón es el aliento de la ira
y quien confunde los estigmas del amor
con los estigmas de la rosa
verá con su corona hecha fuego su cabeza.
Que no andaremos ya más solos
y errabundos
que la soledad es fauce de apremio silencioso
y tiene nombre.
Y que allá lejos,
sin perturbar el horizonte
muere alguien más lejos que tú.
1 comentario:
Todos queremos a Ramón. Y muchos hemos tenido la fortuna de aprender de él. Vaya un abrazo. Me dio gusto encontrar aquí el poema que le dediqué al maestro Rodríguez.
Darío Carrillo
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