domingo, 11 de noviembre de 2007

TEATRO ARGENTINO RECIENTE: PANORÁMICA EN MOVIMIENTO

Rafael Toriz

http://www.fundacionletrasmexicanas.org/index.php?option=com_content&task=view&id=141&Itemid=92

http://www.letralia.com/110/ensayo03.htm

El arte ejecutorio más próximo a la experiencia

común del hablante es, sin dudas, el teatro

Paolo Virno

Pocas son las estancias de la vida y la memoria en las que pueden convivir, en análogo distrito, la belleza y el espanto. Obviando la fotografía y el amor, que recuerdan siempre a Dante –Nessun maggior dolore/chi ricordarsi del tempo felice/nella tristeza–, acaso sólo el teatro y la palabra sean los espacios categóricos para deleitarse en la tragedia y reír en la desgracia.

El teatro, como la palabra, es un arte transitorio; su riqueza radica en el acontecimiento: son la contingencia y la labilidad sus necesarias adyacencias. El actor y el músico, como el bailarín y el poeta, son ejecutantes sólo en la medida en que ejecutan su arte. El teatro, como la palabra, es un arte mayor porque cifra la belleza en lo que se desvanece y nunca en lo que permanece. Su esencia es fugitiva y performativa: el arte de la representación es el arte de la desaparición.

Con todo, para que el teatro y la palabra se difuminen es necesario que aparezcan, que sean visibles. La actividad que se ejecuta exige, en su acaecer, la presencia del otro; el espectador y su mirada. Observar el teatro y comentarlo puede ser, en última instancia, tan importante y tan creativo como practicarlo en el tablado.

En este brevísimo texto se encontrarán sucintas recensiones sobre lo que consideré, durante una estadía de poco más de un mes en Buenos Aires, notable y significativo para compartir por escrito en territorio mexicano. Queda claro que toda selección es un capricho y que la subjetividad en el juicio es uno de lo más caros privilegios del flanêur despreocupado.

Rey Lear

En esta puesta sobria y elegante el ya mítico Jorge Lavelli consigue reposicionar uno de los clásicos menos populares del inglés en medio de una atmósfera oscura, frugal e incluso darketa en el imponente y legitimado teatro San Martín. Con actuaciones excelentes (Lear es interpretado por el celebrado Alejandro Urdapilleta y Gloucester por un digno Roberto Carnaghi) Lavelli nos recuerda, con un toque decadentista muy en la estética de Matrix, que la realidad, tanto en el espectro público como en el privado, es horrible, grotesca y terriblemente descarnada. En medio de una pulcritud que da realce a la locura del rey y a la infamia de sus hijas, el montaje de Lavelli resulta –tanto en su dirección como en la escenografía- más violento que el realizado por José Caballero con la Compañía Nacional de Teatro (“Proyecto Shakespeare”), donde un Claudio Obregón en plenitud asemejaba más a un abuelito bonachón que a un orate nihilista obsesionado consigo mismo (Urdapilleta) que a ratos, entre gritos destemplados y una furia soporífera, mueve a preguntarnos por los límites entre el recital y la actuación hablada: el discurso entonces como teatralidad.

Interrupciones a partir de Hedda Gabler

Adaptación lograda del original, se trata de una puesta discreta, bien resuelta y bien actuada. Dirigida por Paula Santamaría, acaso los detalles más remarcables sean la economía de elementos escénicos (un teatro entre pobre y paupérrimo), la síntesis argumental y el ejercicio de la didascalia sobre el escenario con un personaje regente que acota y dirige las acciones –cambiando el papel a los personajes o repitiendo escenas a discreción.

En oposición al espectáculo dirigido por Enrique Singer en México –que explora con relativa fortuna la complejidad de la obra de Ibsen– su contraparte argentina es un ejercicio digno y mesurado sin mayores pretensiones.

Los Demonios

Este montaje, construido a partir de la novela (Los endemoniados) de Dostoievsky, resuena a Brecht y su idea del el teatro épico. El espectador recuerda todo el tiempo que lo que está viendo es sólo un espectáculo, una ilusión de realidad. Diálogos de corte político, disección del comportamiento sindicalista, análisis de las motivaciones revolucionarias, traiciones, suicidios y cierto tono de farsa e irrealidad que apuntalan la fatuidad de toda empresa humana y a la vez potencian la conciencia crítica en el espectador. Con una dirección atropellada de Gonzalo Martínez, destaca la actuación protagonista de Lautaro Vilo como un gendarme escindido entre sus pasiones y su acontecer político.

Hamelin

Esta coproducción ibérico-argentina es fundamentalmente una denuncia sobre la pederastia y la sociedad que la solapa. Hamelin es un alegato que cuestiona el lugar del que mira los entresijos de lo real, la responsabilidad social ante crímenes que competen a todos: la obra pretende testimoniar por el testigo.

Con actuaciones bien engarzadas y personajes cubriendo dos o más roles, la obra despide cierto tono mesiánico (más allá del “dejad que los niños se acerquen a mí”) que a momentos la torna tediosa, repetitiva y didáctica en exceso. La figura de un narrador que acota, especta y juzga sobre el escenario si bien en un principio puede ser interesante, resulta ser de un fastidio insospechado, al grado de desear abofetear al personaje interpretado por una envanecida Susana Lanteri.

El acierto del texto de Juan Mayorga consiste en la exploración entre la escena, la palabra y el abismo que las une. Hamelin es también un metadiscurso que mueve a pensar en el intensísimo trabajo fílmico de Lars Von Trier en Dogville: la intención de vestir la apariencia desnuda. En Hamelin la escenografía es mínima y también se establece una distancia “épica” con los espectado; la sugerencia es igual o más importante que la literalidad de lo dicho. La dirección es de Andrés Lima.

El niño argentino

Sin lugar a dudas esta obra es una de las mejores piezas recientes del teatro argentino e incluso del latinoamericano. Escrita y dirigida con maestría por un curtido Mauricio Kartun, la tragicomedia retrata una extinta costumbre argentina burguesa de principios del siglo XX: enviar a las vacas con gaucho incluido para contar con leche fresca durante los viajes a Europa.

La obra, expresada en rotundos versos octosílabos, es un escaparate para ver las excelentes actuaciones del niño (Mike Amigorena) y el gaucho (Osky Guzmán), una dupla deliciosa que consigue, con lucidez y humor apabullantes (geniales incluso), transmitir verdad, traición y hermosura en un mismo instante, conjugando lo culto con lo popular y desnudando insondables improntas humanas (violencia, ingenuidad, cinismo, desencanto) a través del brillantísimo vaivén entre el sonido y el sentido.

El texto, ejemplo de altísima literatura, admite además lecturas alegóricas del sentir argentino profundo, barco sin rumbo ni puerto fijo; una sensibilidad agridulce y seductora más que un territorio: un lugar intensamente latinoamericano que, no obstante y por lo mismo, es siempre otra cosa.

Con escenografía y música como personajes concretos, El niño… es una de las expresiones dramáticas más logradas, inteligentes y estimulantes del teatro argentino reciente; una muestra verdadera de talento, creación y traslúcida belleza.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Otro ex becario? Bueno, me pregunto, esas becas salen junto a un cupón en las bolsas de sabritas? Joven usted creé que citando mucho su texto será interesante? Bah!!

Atte. Su peor peor enemigo